SENTENCIAS PARA HONRAR LA VIDA
Para morir la única condición necesaria es estar vivo. La muerte puede llegar de las más diversas maneras. Muchos viven como si su estancia en esta tierra fuera indefinida, como si de alguna manera tuvieran el poder para decidir los asuntos de la muerte y como consecuencia, de la eternidad. El poder y el dinero pueden comprar casi todo, pero un seguro de indemnización por cada desacierto, por cada mentira, por cada acto de falsedad, por la maldad premeditada ocasionada a otros, sencillamente no existe.
Honrar la vida es respetarla, es darle el lugar que le corresponde mediante un comportamiento marcado por las virtudes universales. Honrar la vida es vivir con el entendimiento de que las leyes espirituales de la vida del ser humano son tan reales como las leyes que rigen el universo. Así, todo lo que sembramos mientras vivimos lo cosecharemos y, a menos que nos pongamos a cuentas con el Altísimo, si hemos sembrado el mal, éste será un acumulado para nuestro destino final. Honrar la vida es resarcir, pedir perdón por la ofensa causada; es compensar los daños que hemos ocasionado, es restituir al agraviado, restaurar lo que hemos destruido.
He aquí diez sentencias para honrar tu vida y la vida de quienes te rodean:
Primera: La vida es el don más preciado del ser humano, sin ella nada de lo que conocemos nos pertenece. Fuera de la vida todo es un misterio al que sólo caminan confiados aquellos que han tenido la revelación del Amado.
Segunda: ¡Nada más insensato que la soberbia! La soberbia es el camino a la destrucción propia. La altivez del corazón puede transportar al más rico, al más intelectual, al más distinguido al subsuelo de la vida.
Tercera: El arrepentimiento debería ser una palabra activa en el lenguaje cotidiano. Un corazón capaz de reconocer sus propios errores jamás es menospreciado por Dios. No vivamos bajo la hueca filosofía de "no arrepentirnos de nada".
Cuarta: El perdón debería encontrarnos a todos en algún momento del camino. Todos necesitamos ser perdonados; todos tenemos a alguien, a algunos o a muchos a quien perdonar.
Quinta: No trates de calmar la angustia del vivir diario con placeres egoístas que exaltan el yo y destruyen el nosotros. El egoísmo resta y divide, el amor suma y multiplica.
Sexta: El arma más poderosa del hombre es la bondad. Las tinieblas no se expanden por naturaleza propia, ellas recorren el camino donde la luz se ha apagado. En otras palabras, la maldad persiste donde la bondad ha dejado de actuar.
Séptima: La integridad es la esencia de Dios. El ser íntegro no te hará ganar la simpatía de muchos, pero sí te hará ganar la gracia de Dios.
Octava: ¡Ponte los lentes de Dios! A través de Su amor, Dios ve en nosotros nuestras posibilidades de bien; y así, cuando podemos ver a través de sus ojos, con la perspectiva del amor, descubrimos todo el bien posible en nosotros y en los otros.
Novena: La paz se construye, no se decreta. Sé un pacificador, levanta la bandera de la paz con tu proceder. Es más fácil pelear que conciliar. La pelea es la reacción primitiva, la conciliación es el resultado de la ponderación de las emociones. Nuestra sociedad está necesitada de personas cuya única venganza sea señalar el mal para combatirlo.
Décima: ¡La familia es el nido de la esperanza! Ámala con todo tu corazón. ¿Si no amas a tu familia que es tu prójimo más cercano, cómo podrías amar a otros? Honrar a tu familia es el mayor legado y la más profunda enseñanza que puedes dejarle a tus hijos. Y recuerda, los hijos hacen lo que te ven hacer, no lo que les dices. Tus actos son tu mayor impacto.
Finalmente:
“Confía en el Señor con todo tu corazón;
no dependas de tu propio entendimiento.
Busca su voluntad en todo lo que hagas,
y él te mostrará cuál camino tomar.
No te dejes impresionar por tu propia sabiduría.
En cambio, teme al Señor y aléjate del mal.
Entonces dará salud a tu cuerpo
y fortaleza a tus huesos.
Honra al Señor con tus riquezas
y con lo mejor de todo lo que produces”.
Proverbios 3:5-9.
Rosalía Moros de Borregales
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