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LA CARTA



“Queridas hijitas, tres patitos que se bañan todos los días… Y yo, bañándome en el recuerdo de vuestra dulzura. Bendición, Pa”. Era la primera vez en mi vida que recibía una carta, una postal, por correo. Papi estaba de viaje por trabajo y se detuvo a mandar una postal a cada uno. La mía, la nuestra, incluía a dos de mis hermanas menores, las niñitas, como solían llamarnos. Al recibirla, mi corazón saltaba acelerado, lleno de alegría en mi pecho. Tan solo era una niña de 6 años. La postal eran tres patitos muy juntitos unos de otros, con sus cuellos erguidos y su mirada pícara, como posando para la foto. Desde aquel día amé la pluma y el papel, escribir se convirtió en el solaz de mi alma.


Una carta es un escrito que dedicamos a alguien en particular, es la expresión directa, dedicada e intencionada hacia una persona en especial. Podríamos decir que es una conversación, solo que en esta conversación nuestro interlocutor escucha calladamente hasta el momento de dar su respuesta. No hay interrupciones, más allá de las de nuestra propia mente, buscando ser fiel al mensaje que queremos transmitir. Escribir eleva la concentración como la función principal a nivel mental, despliega una serie de procesos de interconexión neuronal. El lenguaje escrito es un código relacional de letras, sílabas, palabras, frases, oraciones, significados semánticos que nos capacita para la comunicación interpersonal e intercultural.  


Hoy en día escribimos en cualquiera de nuestros aparatos electrónicos, lo cual nos permite corregir e ir atrás y adelante fácilmente; sin embargo, cuando solíamos escribir, cuando de nuevo nos atrevemos a escribir a mano, un milagro sucede. La atención que desarrollamos al escribir a mano va mucho más allá de la que podemos experimentar en cualquiera de nuestros tan venerados sistemas electrónicos. Escribir a mano, literalmente, le da alas a nuestros sentimientos, libera nuestras emociones, las organiza y las prioriza. Quizá este tema parezca algo obsoleto en nuestro mundo moderno, pero porque existan cientos de pastelerías no quiere decir que hacer una torta en casa no sea algo plausible. Ciertamente, escribimos constantemente de manera instantánea. Nos pasamos todo el día leyendo a vuelo de pájaro y contestando, la mayoría de las veces, superficialmente. Algo imposible de hacer cuando escribimos a mano. 


Así pues, escribir a mano podría ser una terapia de descanso a nuestro cerebro fatigado de saltar como una pelota de ping-pong con las innumerables notificaciones. Pasé gran parte de mi temprana juventud escribiendo cartas, esperando cartas. Nos mudamos varias veces dejando amigos en diferentes ciudades. Saber el horario del cartero era una de las primeras cosas que aprendía al llegar a la nueva localidad. Oh Dios, tocar ese sobre, a veces abultado conteniendo también fotos, era uno de los deleites más placentero para mi ánimo de adolescente. Leer, y releer muchas veces, era vitamina a mi alma. Las llamadas telefónicas de larga distancia eran un lujo que no se podía afrontar con frecuencia, los minutos se hacían demasiado cortos y los nervios no nos permitían expresarnos; pero, la carta, la carta significaba sentarse con pluma y papel, concentrados en dejar hablar al corazón. Era detener al mundo, porque el mundo era escribir la carta.


Tan pronto papi y mami se dieron cuenta que me apasionaba escribir me encomendaron la tarea de hacer las tarjetas de Navidad para los tíos de cada lado de la familia, cada uno tenía 8 hermanos, por lo que tenía trabajo que hacer. Pronto, pensé que no quería escribir lo mismo en cada tarjeta. Entonces, incorporé un ejercicio mental, emocional, espiritual, como lo quieran llamar. Antes de comenzar a escribir pensaba minuciosamente en las experiencias que había vívido con cada uno de los tíos y primos de esa familia; pensaba en los sentimientos que albergaba por ellos y en las emociones que habían despertado alguna vez en mí. De esa manera, mis tarjetas eran absolutamente personalizadas, aunque las firmaba como parte de toda mi familia.


Mi familia y los amigos más íntimos saben que no doy un regalo, por más sencillo que sea, sin una tarjeta escrita a mano. Esto me llevó también a coleccionar todo tipo de tarjetas y papeles con mensajes, pinturas y obras de arte de toda clase, de diferentes lugares del mundo. Así que, mis amigos y mis amados podrían tener una colección de mi colección, dedicadas con la tinta de mi corazón. Eso no quiere decir que no disfrute intensamente la maravilla de la tecnología que me permite tener más de 10 mil fotografías en mi teléfono inteligente, después que pasé toda la vida haciendo álbumes para atesorar recuerdos. Eso no quiere decir que no ame poder hablar con mis hijos mirándoles a la cara, por el tiempo que queramos. O que no me encante escuchar una y varias veces sus notas de voz. Aunque siempre me acompaña la idea de no perderlas, de guardarlas, de archivarlas, la idea de la nube etérea.


Creo que me acompaña el deseo de afianzar las experiencias enriquecedoras del pasado, de ligarlas al presente, de darle al pasado y al presente la trascendencia que deben tener en la historia de nuestra vida, en la historia de la humanidad. Me pregunto, qué sería de la historia de las naciones sin las cartas que sus libertadores escribieron, sin sus cartas de independencia y emancipación, sin su carta magna. ¿Qué sería de nuestra historia sin las cientos de cartas del Libertador? ¿Qué sería de la historia de mi familia sin las cartas de los siete años de amores que nuestros abuelos tuvieron antes de volverse a encontrar? ¿Qué sería mi vida y la de mis hermanos sin las cartas de papá y mamá? ¿Qué sería de la iglesia cristiana sin las cartas de los apóstoles Pablo, Pedro, Juan y tantos otros, padres de la iglesia? 


La historia del mundo esta fundamentada sobre una carta escrita a mano, desde la que escribieron nuestros ancestros en las cavernas, pasando por las tablas de Moisés, las escritas con cincel sobre la piedra, las de los pergaminos y las del papel. De igual manera, hoy en día la información de los diferentes acontecimientos del mundo debe ser escrita, con la diferencia que hará su viaje de un lugar a otro del planeta, si ser llevada por el cartero, con tan solo presionar un botón. Así como podemos enterarnos cada día de los acontecimientos de la guerra de Rusia contra Ucrania. Pero, los más profundos sentimientos de los que sufren esta miserable guerra, seguramente serán encontrados escritos a mano en las paredes de los escombros, en cartas cortas escritas en pequeños retazos de papel o en cualquier superficie que pueda contener sus letras, sus sentimientos grabados en esas letras.


Hoy he comprendido que nuestras vidas se convierten en cartas que hablan por si mismas. Que las palabras que se plasman en el papel son aquellas que abundan en el corazón. Que aun las palabras más bellas no pueden embellecer lo que no tiene esencia de amor. Hoy, esta devoción por las letras del corazón me ha inspirado a escribir una carta con dirección al Cielo. No se como llegará hasta allá, solo tengo la certeza en mi ser que cuando las letras se convierten en nuestros más íntimos pensamientos, cuando pueden describir nuestros más profundos sentimientos; cuando a través de ellas podemos escuchar nuestra propia voz interior, entonces tienen asegurada una entrega especial.




“¿Ustedes son nuestra carta, escrita en nuestro corazón, conocida y leída por todos los hombres. Es evidente que ustedes son carta de Cristo, expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones humanos”. II Corintios 3:2-4.

Rosalía Moros de Borregales.

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