La Paz sea contigo.
La cristiandad acaba de rememorar durante la Semana Santa la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Son muchas las conjeturas que se han tejido alrededor de estos hechos históricos para negar su veracidad; sin embargo, los que hemos creído aceptamos la resurrección como una verdad absoluta. De hecho, entendemos tal como el apóstol Pablo lo expresa en su primera epístola a la iglesia de Corinto (15) que si negáramos el hecho de la resurrección de Jesucristo nuestra fe sería completamente en vano; pues, sencillamente estaríamos creyendo en otro mortal, igual que todos nosotros.
Así que partiendo de nuestra fe, nos preguntamos qué sucedió después de la resurrección y al leer en las Sagradas Escrituras las diferentes narraciones de los evangelistas, nos encontramos con esta bendita frase: “La paz sea contigo” (con vosotros, con ustedes). Frase que fue repetida una y otra vez por el Maestro en los diferentes encuentros que tuvo con los suyos después de haber vencido a la muerte.
Relata el apóstol Juan, el discípulo amado, que al llegar la noche de aquel día, el primer día de la semana, estando ellos reunidos en secreto, debido al miedo que tenían por la persecución de los judíos, se apareció Jesús en medio de ellos saludándoles con estas palabras: Paz a vosotros. Y luego de mostrarles sus heridas, de nuevo les dijo: Paz a vosotros.
Como judío, Jesús saludó a los suyos con el tradicional “Shalom aleichem”, saludo que expresa el deseo de salud, paz interior, tranquilidad, calma, bienestar entre las personas y entre Dios y el ser humano. Como todas las cosas que se repiten sin poner en ellas el corazón, este saludo podría pasar desapercibido para algunos. No obstante, para los que creemos, pensar en el impacto y la trascendencia de estas palabras en la vida de los discípulos, nos llena de un sentimiento muy profundo.
Por esa razón, cada vez que podemos saludar a alguien expresando nuestro sincero deseo de paz para su vida, lo hacemos tratando de tocar el Cielo, poniendo en las palabras todo el amor posible de nuestro corazón. Pensando en aquellas palabras de Pablo a los Filipenses, cuando les aconseja no afanarse o preocuparse por las cosas de la vida, sino llevárselas a Dios a través de la oración con ruego y acción de gracias. Entonces: “La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4:6-7).
De nuevo, la última vez que les visitó estando en su cuerpo resucitado les saludó diciéndoles: “Paz a vosotros”. Pero, ellos estaban atemorizados, entonces les mostró sus manos y sus pies diciendo: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”.(Lucas 24:39) Y comió con ellos mientras les explicaba como en él se había cumplido lo dicho por Moisés y los profetas.
Después de estas visitas todos los suyos fueron afianzados en su amor y su fe en Jesucristo. El saludo de la paz se convirtió en una realidad en sus vidas, les liberó del temor a todos los que se oponían a Su Maestro. Les concedió la paz con Dios, de donde nace la verdadera paz, la paz interior que los impulsó a ir por todo el mundo antiguo llevando las buenas nuevas de salvación, a pesar de toda la oposición.
Pareciera que nuestra fe se nos ha convertido solo en tradiciones, en palabras que se repiten una y otra vez perdiendo en ese camino su profundo significado. Nos hace falta avivar nuestra fe, nos hace falta un despertar de nuestras conciencias para llevar a la practica en nuestra vida cotidiana la verdad del cristianismo, el fundamento de nuestra fe: La Cruz y la Resurrección.
De esa manera, podremos hallar la tan deseada paz para nuestras almas.
¡La Paz sea contigo!
Rosalía Moros de Borregales.
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