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Tributo a mi Padre: Marco Antonio Moros Ghersi.



Papi, siempre fuiste...


Papi, siempre fuiste refugio, 

el árbol bajo cuya sombra nos sentamos

tantas veces a descansar,

a comer mangos dulcitos,

como el amor tuyo por tus muchachitos.


Papi, siempre fuiste amor por la vida,

la plenitud del gozo de la naturaleza

en las vacaciones de familia. 

Te recuerdo cantando: En el mar la vida es más sabrosa, 

en el mar te quiero mucho más… 

Y siempre fue más sabrosa para ti, 

enseñándonos a nadar,

buscando Chipi-chipis, 

descubriendo pecesitos de colores

en el arrecife de coral.


Papi, siempre fuiste amor por el conocimiento, 

siempre tu mesa de noche llena de libros. 

El primero que pusiste en mis manos fue la Cabaña del tío Tom. 

Recuerdo tantas veces cuando me ayudaste

a hacer investigaciones en mi época escolar, 

y se te avivaban los ojos de emoción

explicándome la lección.


Papi, siempre fuiste ejemplo de amor por los padres. 

Recuerdo tus anécdotas de mi abuelo el Coronel,

exaltando su integridad en el cumplimiento del deber; 

cada vez que hablabas de él, tus ojos se llenaban de lágrimas. 

Te recuerdo llamando a mi abuelita Cruz: ¡Mamaíta, mamaíta! 

Siempre admirándola, amándola y honrándola.


Papi, siempre fuiste el hermano mayor, 

lleno de responsabilidades desde muy menor. 

Y a mí también me hiciste la hermana mayor, 

aunque era una muchachita del mismo tenor. 

Amaste a tus hermanos con todo tu amor.

Siempre, hasta el final, el nido de tu hogar paterno

permaneció intacto en tu corazón.


Papi, siempre fuiste soñador,

siempre entusiasta, como un labrador 

esperando ver florecer las semillas

que sembraste por doquiera con tanto fervor. 

Siempre con sed de justicia,

siempre con bondad en tu interior, 

que repartías aquí y allá con ardor en tu corazón.


Papi, siempre fuiste humilde para pedir perdón;

no dejaste que el orgullo venciera ese don.

Supiste pasar la ofensa por alto muchas veces y, 

cuando tu fuiste el ofensor, 

nos llamaste para expresarnos

el dolor de tu noble corazón.


Papi, siempre fuiste el esposo amoroso,

trataste a mami con ternura, con dulzura y pasión.

Aun en tus años dorados

supiste hacerla siempre tu refugio de amor.

La llamabas: “Mi muchachita linda”,

cantándole la canción de la casita con alegría y devoción.


Papi, siempre amaste a Dios.

Desde aquel día a los 6 añitos,

cuando tomaste por primera vez la comunión,

Dios escuchó tu oración, cuando tu corazón se sintió triste

ante las expectativas anidadas en tu interior. 

Entonces el Espíritu Santo te bendijo con una alegría infinita

que te hizo correr de la emoción,

la cual revivías cada vez que contabas

esa anécdota con tanta pasión.


Dios fue el amor más grande de tu vida.

Con El siempre tuviste comunión,

una relación que deseaste que cada uno

de tus hijos y nietos tuvieran con tu Señor. 

Te recuerdo hablando con El.

Siempre orando, siempre buscando en tu Biblia

las verdades eternas de salvación.


Papi, siempre fuiste los brazos del amor;

en eso llegaste a ser muy semejante a tu Salvador,

rescatando a las almas heridas del foso del dolor. 


Gracias papi, gracias por enseñarnos el camino del eterno amor. 


Hasta luego papi, 

tu hija que te ama. 

Rosalía.




 


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