EL CORAJE, UNA RAZÓN DEL CORAZÓN.
Si hay algo que ha cautivado mi atención desde
niña es la etimología de las palabras; es decir, el estudio de su origen y de
su significación en el lenguaje. Al investigar sobre el origen de la palabra ‘coraje’
y, a pesar de las discusiones que existen entre los lingüistas, quedo
completamente enamorada al saber que proviene más recientemente del francés ‘corage’
y ésta a su vez del más antiguo latín ‘coratum’ (del
indoeuropeo ‘kerd’) que significa ‘corazón’, como una fuerza oculta,
en el sentido de encontrarse escondida.
De tal manera que, la palabra castellana ‘coraje’
alude a la fuerza escondida en el corazón para enfrentarse con ímpetu a
la adversidad. Aunque también se usa para expresar un fuerte sentimiento de
rabia, causada generalmente por una injusticia, quisiera concentrarme en el
primer concepto; refiriéndonos pues, al coraje, como el esfuerzo que
proviene del núcleo o médula de nuestro ser para combatir al miedo que
menoscaba nuestra integridad en cualquier momento de dificultad. En otras
palabras, tener coraje significa ser valiente.
Como se trata de un asunto del corazón, del
centro de nuestra alma, podríamos sentirlo como un ímpetu en nuestro interior
que nos impele a hacer o decir algo venciendo toda clase de obstáculos, pasando
por encima de prejuicios humanos, los cuales frecuentemente nos detienen para
no expresar la verdad que yace en nuestro ser. Lo más extraordinario del coraje
o valentía es que aflora en nosotros ante nuestra vulnerabilidad,
cuando los latidos del corazón se aceleran ante la sombra de un miedo o una
duda, que como un viento recio amenaza con destruir el fundamento de nuestra
integridad física y/o moral.
En un mundo caracterizado por imágenes de éxito
y felicidad en las llamadas redes sociales, es muy poco probable escuchar
hablar o leer sobre nuestra vulnerabilidad, sobre nuestros miedos internos; sin
contar todas las amenazas que sufrimos a diario en nuestro planeta por el
simple hecho de existir. Sin embargo, es allí en nuestra flaqueza o debilidad
en donde emana esa fuerza interior denominada coraje.
Es necesario tener coraje, ser valientes,
para afrontar en primer lugar, nuestra propia verdad y luego, hacer nuestros
mayores esfuerzos para enmendar nuestro camino, restaurar lo que se ha quebrado
y vernos a nosotros mismos a la cara con honestidad. El escritor británico, Samuel
Johnson, autor del Diccionario de la lengua inglesa (1755) solía decir: “El coraje es la virtud más estimada de
todas, porque, a menos que un hombre tenga esta virtud, no tendrá ninguna
seguridad de poder preservar cualquier otra”.
Desde la visión cristiana, el gran
apóstol, Pablo de Tarso, en su segunda epístola dirigida a la iglesia en
Corinto, expresa que tenía un “aguijón” en su carne, para que no se exaltase
desmedidamente. Sobre la naturaleza de este aguijón
han elucubrado los eruditos en las Sagradas Escrituras; no obstante, no sabemos
a ciencia cierta cuál era esa debilidad que lo hacía sentir tan vulnerable, por
lo que podemos deducir cuando leemos: “...respecto a lo cual tres veces he rogado
al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se
perfecciona en la debilidad. Por lo
cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en
necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces
soy fuerte.
Al recorrer las páginas de la vida de
este hombre, entiendo que su coraje emanaba de un corazón en una
relación cercana con Dios, el Señor, como él lo llamaba. Su vida estuvo marcada
por vicisitudes, conflictos y adversidades, a través de las cuales aprendió que
de su debilidad presentada ante Dios podía emanar su fortaleza. Quizá la causa
de la falta de coraje, de valentía, en el ser humano de nuestro siglo XXI, y
por esa razón, la carencia de tantas otras virtudes, sea esa falta de una
relación con Dios. Después de todo, ¿no es el corazón el lugar de conexión con
lo divino?
“Mira
que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque el
Señor, tu Dios, estará contigo en dondequiera que vayas”. Josue 1:9.
Rosalía Moros de Borregales.
Twitter: @RosalíaMorosB
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