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La perla de la perseverancia.



Hay historias que merecen ser contadas más de una vez; hay momentos, que se vuelven infinitos en nuestra memoria, son como perlas preciosas que atesoramos en nuestro interior. Cada hogar puede ser el lugar más sublime de la tierra cuando cultivamos la relación padres e hijos, allí donde podemos encontrar tesoros insospechados como los que encuentra un buzo en el océano; podemos experimentar vivencias que marcarán nuestras vidas y las de nuestros hijos. Como muchas mamás venezolanas hay días teñidos por la nostalgia que nace de la distancia que nos separa de nuestros hijos. A pesar de eso, siempre trato que cada lágrima se convierta en una de esas perlas, de esas historias que quisiera contarles.

Sentada plácidamente cerca de la ventana observo la majestuosa montaña que se erige frente a mí. No puedo dejar de admirarla, la he amado desde que era una niña, siempre la busco desde cualquier lugar de la ciudad donde me encuentre, mis ojos siempre la miran y no puedo dejar de maravillarme ante su grandeza. Hoy, al contemplarla, mis pensamientos van más allá de su belleza. Pienso que siempre está allí, me parece que siempre estará, que no se desvanecerá tan fácilmente como algunas cosas en nuestro mundo actual.


Aceleradamente, mis pensamientos se agolpan en mi mente, vuelan más rápido de lo que mi mano puede escribir; tratando de capturarlos como el que persigue a un ave, hago mi mayor esfuerzo para expresar lo que siente mi alma en este momento. Mi esfuerzo no es suficiente, no tengo alas, mis pensamientos incansables vuelan muy alto en una sucesión casi infinita. Solo me queda la esencia de ellos que me dicen que así como la montaña, así deben ser nuestras vidas: sólidas, constantes, firmes e inconmovibles.

Al rato, nuestro hijo mayor se acerca para compartir conmigo su nuevo logro en la guitarra. Primero me explica, luego deja mover sus manos suavemente sobre las cuerdas. Escucho una bella melodía, entonces pienso: ¿Cómo no ha de escucharse bella si él la ha practicado día tras día? ¡Me lleno de gozo! En mi corazón estoy segura que él ya sabe uno de los secretos de una vida plena. Él, nuestro hijo, sabe que algo que se anhela no llega por solo desearlo, sino que necesita trabajarlo. Y cuando lo ha alcanzado, después de haberlo intentado muchas veces, entonces en su cara brota esa expresión de alegría profunda, que es serena, que llena, sin hacer bulla, que habla en silencio.

Converso con él, compartimos una galleta de canela que a los dos nos encanta. Disfruto el momento, lo respiro, lo vivo intensamente, casi quisiera prolongarlo, no dejarlo extinguirse… Entonces, pienso nuevamente en la montaña, que siempre está allí, que mis ojos la ven constantemente. También, esta vez, pienso en todas las cosas que no puedo ver, que no puedo palpar con mis sentidos, pero que indescriptiblemente también están siempre presentes aquí, y que son más reales que la majestuosa montaña que mis ojos físicos pueden contemplar.

Inhalo profundamente, como para sentir más intensamente este hermoso momento. Entonces le pregunto: ¿Qué es para ti la perseverancia? Sus manos dejan de tocar las cuerdas por un momento, su mirada es profunda y su voz pausada: _No desistir de algo. Su respuesta me impresiona, es segura y concisa. Sus manos vuelven instantáneamente a las cuerdas. Por unos segundos guardo silencio digiriendo sus palabras: _No desistir… Como para probarlo, mi mirada lo busca, nuestros ojos se encuentran y seguidamente le pregunto: ¿Qué es para ti, “no desistir de algo”? Su respuesta no se hace esperar, viene rápidamente, sin vacilar: _Ser fiel. Terminamos la galleta, y con la premura de la adolescencia toma la guitarra, se levanta y me dice: _Chao Mami, gracias.

Que gran momento viví aquel día con nuestro hijo, por momentos como ese vale la pena todo el día, vale la pena toda la vida. Al recordarlo, pienso en su vida de hoy, siendo ahora un adulto joven. De la misma manera que en esos años de adolescencia trabajó arduamente en su guitarra, hoy ha persistido en sus metas, no ha desistido, aunque ha tenido que escalar una montaña muy alta, ha permanecido siendo fiel.

Con este recuerdo las lágrimas empañan mi visión, pero mis dedos conocen el camino en el teclado, donde trato de convertir esta gran nostalgia en una perla que adorne mi pecho. Vuelvo a enfocarme en mi propósito de hoy, mi corazón piensa en lo que quiero compartir con ustedes, en lo que he estado pensando, en la montaña, en la vida, en Aquél que siempre está allí, en las cosas que se ven, en las invisibles, en las intangibles que se sienten tan intensamente. Entonces, me pregunto: ¿Cuál era mi tema de hoy? Sí, es la perseverancia, pero ya todos mis argumentos han sido resumidos en las respuestas que me dio aquel joven. ¿Recuerdan sus respuestas?
NO DESISTIR, SER FIEL.

Rosalía Moros de Borregales.
Twitter: @RosaliaMorosB
Instagram: @letras_con_corazon







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