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La gracia transformadora de Dios




En pleno siglo XXI, en el siglo de los mayores avances tecnológicos en la historia de la humanidad, en un siglo caracterizado por el hombre autorrealizado, independiente, constructor, visionario y sobre todo auto- suficiente, es quizá para muchos un tanto desvariado hablar de un tema aparentemente abstracto. Pero sobre todo, lo que más sorprende y hasta molesta a algunos es que en este siglo, el siglo de ese ser auto- suficiente que no necesita de nadie más, hablemos de la capacidad de Dios para transformar y restaurar a los seres humanos. Sin embargo, he tenido la bendición de ser testigo de algunas de estas transformaciones y pienso que este es un tema tan vigente hoy como fue ayer, y como será siempre.

Se entiende por gracia una concesión gratuita de un favor o un don otorgado a alguien. En el caso de Dios lo entendemos como ese favor sin merecimiento que cualquier humano puede recibir del Altísimo y que tiene la capacidad de actuar en el interior de cada ser humano para mostrarle el camino de salvación. Cuando alguien ha recibido una gracia o favor, ha recibido liberación para pasar a un estado de mayor bienestar. Ha sido privilegiado con una acción por parte de otro, que le abre una puerta a otro horizonte antes totalmente nublado. Ha recibido algo de lo cual carece y sin lo cual no podría alcanzar ciertos logros. Todos en algún momento de nuestras vidas hemos recibido ese favor tan anhelado que nos ha sacado a anchura, que nos ha iluminado, que nos ha enjugado las lágrimas, que nos ha devuelto la paz y ha cambiado nuestra ropa de tristeza por traje de consuelo y muchas veces hasta de alegría.


He visto la gracia de Dios en la vida de un hombre que caminó en el torcido sendero del alcohol y de las drogas. Fui testigo de la destrucción lenta y dolorosa de su vida en primer lugar, y más tarde, de la vida de su familia. Pude ver el desmoronamiento de su vida laboral, de su economía y de todos sus bienes más preciados. Lo vi caer en el hueco profundo y oscuro; pero unos cuantos años después fui testigo de esa maravillosa gracia de Dios que lo alcanzó, que le dio la capacidad de liberarse de las cadenas que por años lo mantuvieron atado para hacer lo que no quería hacer, pero que irremediablemente una y otra vez terminaba haciendo. Pude ver con mis ojos y sentir con mi corazón la transformación del dolor en perdón y de la impotencia en confianza; pude ver a un esposo perdonado, a un padre abrazado, a un hombre redimido y aceptado. Y no solo pude verlo en el momento en que esa transformación tuvo comienzo, sino que por años he seguido siendo testigo de esa gracia que lo ha hecho una persona que va en ascenso cada día.

También he presenciado los gestos más increíbles de bondad de personas que un día fueron tan egoístas que no había en sus mentes cabida para otro pensamiento que no fueran ellos mismos, y ahora al abrir su corazón y sus manos sus vidas están más llenas que nunca. He visto cómo familias enemistadas han vuelto a convertirse en los mejores amigos cuando uno de ellos le ha dado valientemente cabida al perdón en su camino. He llorado de gozo al ver cómo en el corazón de Dios no hay acepción de personas; he visto a ricos y pobres, a ancianos, adultos, jóvenes y niños de razas y culturas diferentes hermanados, hablando el mismo lenguaje a través del amor de Dios.

He visto a personas enfermas que milagrosamente han recobrado su salud y han vuelto a la vida con un nuevo propósito que les ha permitido convertir las experiencias más difíciles en una fuente de inspiración para otros. He sido testigo sorprendido de riquezas que han surgido de bancarrotas, de personas que han valorado el esfuerzo de cada día y han volado cielos que un día creyeron imposibles de alcanzar. He visto, sentido y palpado la gracia de Dios actuando, disipando tinieblas, sanando corazones, liberando cadenas de opresión, dando nuevas oportunidades, dejando atrás el pasado y brindando futuros seguros en medio de la incertidumbre. En fin, he sido testigo del favor de Dios, de la fuerza más poderosa en la Tierra la cual está disponible para todo aquel que se acerque confiadamente al trono de la gracia.

" Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro ". Hebreos 4:16.

ROSALÍA MOROS DE BORREGALES
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB

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