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Y EL AGUA VIVA SACIÓ A MUCHOS




Hay personas que reciben una bendición, que se enteran de una verdad que les trae mucha felicidad y la guardan para sí mismos; pero hay otras personas, como aquella mujer samaritana, que al recibir cualquier dádiva, sea material, emocional o espiritual, dejan todo y salen corriendo a compartirla con aquellos a quienes ama su alma.

Ella había estado hablando con el Maestro y las palabras de El causaron en ella algo indescriptible: Por una parte, una alegría desmedida en su ser; por otra, una sensación de serenidad, de sosiego, de una paz inentendible. En un instante, había estado agobiada y fatigada sacando agua del pozo, y en otro, había recibido del agua viva para saciar su sediento corazón. ¡Pero ella no guardó la buena nueva solo para sí! Tal era su premura en compartirla, que dejando su preciado cántaro, al lado del pozo, y deseando en su interior que Jesús de Nazaret estuviera todavía allí a su regreso, salió corriendo a decirle a todos en su pueblo, lo que el Señor le había dicho.

Aunque ella ya sabía con certeza que El era el Cristo; prefería comunicarles un poco más discretamente lo que su corazón creía: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?”. Y aunque esta interrogante les dejaba a todos con cierta duda, su certeza al hablarles era tal que muchos se convencieron de la necesidad de ir a ver a este extraño hombre: “Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él”. Ella les transmitió de tal manera su encuentro con Jesús, con tal entusiasmo y sinceridad que muchos creyeron a causa de ella: “Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer”.

Pero el compartir una buena noticia es como sacar a un pájaro de una jaula y lanzarlo a los cielos, deja de pertenecernos y es ahora propiedad de todos. Ella les comunicó la buena nueva y ellos se apropiaron de ésta con tal fervor que le rogaron a Jesús que se quedara con ellos, y el Maestro siempre acepta nuestra invitación para quedarse “…y se quedó allí dos días”. Y no solo se quedó en medio de ellos, sino que compartió con todos las buenas nuevas de salvación y muchos creyeron en El: “Y creyeron muchos más por la palabra de él”. Me imagino que todos querían ofrecerle sus casas, cada uno anhelaba sentarlo a su mesa y brindarle un banquete. Después de todo, fue un banquete espiritual lo que vivió aquella ciudad.

Siempre los grandes acontecimientos de la historia de una familia o de una nación comienzan en la mente de alguien que desea fervientemente traer bien, compartir con todos, esa palabra, ese hecho, esa verdad que ha bendecido su vida. La mujer samaritana bebió del agua viva, la degustó, y al ver lo buena que había sido para su alma, fue y les contó a todos sus conterráneos lo dichosa que se sentía de su encuentro personal con Jesús de Nazaret.

Y muchos fueron y tomaron del agua viva, y hubo en abundancia para todos los que quisieron. Entonces, iban a la mujer para corroborar la palabra que ella les había declarado, y le decían: “Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo”. Juan: 4:1-39. Y estas palabras añadían más alegría al corazón de la samaritana.

Como aquella mujer, desde el día que tomé del agua viva, no he cesado de compartir mi bendición. Y hoy, una vez más, la comparto con todos ustedes, mis hermanos venezolanos, a quienes ama mi alma.
“Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed;  mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”.   Juan 4:13-14

Rosalía Moros de Borregales
@RosalíaMorosB

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