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Abrir nuestro corazón a la fe.




A veces quisiéramos poder pasar aunque sea un día sin enterarnos de todas las noticias devastadoras de las que escuchamos aquí y allá. El mundo parece un constante tsunami de noticias que nos muestran el estado cada vez más vulnerable del ser humano ante sus propias acciones. En el quehacer diario el día se hace demasiado largo, se hacen todos los esfuerzos posibles para lograr salir adelante. Sin embargo, a veces pareciera que todo se desvanece en un abrir y cerrar de ojos.


No son pocos los cambios que hemos enfrentado como nación, añadiendo todos los que junto al mundo entero seguimos experimentado. Por esa razón, pienso que cada día se hace más imperante la necesidad de abrir nuestro corazón a la fe. Volver nuestros ojos a nuestro Creador, traspasar la barrera de nuestro cuerpo y nuestra mente para llegar a nuestro ser interior, a ese lugar donde se puede comprender lo que la mente no puede explicar.


Muy temprano en su caminar con Jesús, el que después sería el apóstol Pedro, junto a otros discípulos, tuvieron una experiencia con Jesús la cual, sin duda, marcó un antes y un después en sus vidas. Jesús se encontraba a la orilla del lago de Genesaret para hablarle a la multitud acerca de las buenas nuevas de salvación. Entonces, la gente se agolpaba alrededor de él para escucharle, por lo que Jesús, en ocasiones, buscaba la manera de estar un poco alejado a fin de que todos los asistentes pudieran verlo y escucharlo.


En esta ocasión vio dos barcas que estaban a la orilla de ese lago, junto al cual los pescadores lavaban las redes. Entonces, Jesús se subió a una de las barcas, la cual era de Simón (Pedro) a quien le pidió que la alejara un poco de la orilla. Simón lo hizo así, el maestro se sentó en la barca y comenzó a enseñar a la multitud. Después, al terminar su disertación se dirigió a Simón y le dijo: Simón, boga mar adentro y echen las redes para pescar. Entonces Simón le respondió, diciendo: “Maestro, toda la noche hemos estado trabajando y nada hemos pescado; más en tu nombre echaré la red, “en tu palabra”, dicen otras versiones o “porque tú lo dices lo haré”. 


De tal manera que Pedro y sus amigos lanzaron las redes y atraparon una enorme cantidad de peces, tanto que casi las redes se rompían. Dice la Biblia que debido a la multitud de peces que recogieron, el temor se apoderó de ellos. Y viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Imagínense, unos pescadores habituados a esos menesteres, acostumbrados a trabajar en la pesca en ese lago y sintieron miedo ante tal manifestación.


Entonces Jesús le dijo a Pedro: _No temas, desde ahora serás pescador de hombres.

Se devolvieron a la orilla y entonces, dejándolo todo lo siguieron. Indudablemente, un evento que elevó su fe, les abrió los ojos ante la identidad de Jesús y les permitió tomar la decisión de dejarlo todo atrás y seguirle. Caminar con Jesús implica dejar nuestra manera para adoptar la suya. Y que hermoso es saber que no es una imposición, que hermoso es saber que cuando abrimos nuestro corazón a la fe en Dios, podemos comprender en nuestro ser interior la certeza sobre el próximo paso a dar.


No nos cabe la menor duda sobre la habilidad de Pedro y sus amigos como pescadores. Era una de las practicas que se llevaban a cabo en ese lugar, era su medio de subsistencia. La pesca era su modo de vida, a través de sus ganancias llevaban el pan a las mesas de sus familias. Habían estado pescando toda la noche y la pesca había sido infructuosa. De hecho, ya se encontraban lavando las redes. De repente, llega este hombre, les pide la barca para montarse en ella y desde allí hablarle a la multitud y después les dice: _ Vayan mar adentro y echen sus redes. Creo que debido a las palabras de Jesús a la multitud ya Pedro había reconocido de quien se trataba. Por esa razón, le llama Maestro, al momento de responderle: _ “Maestro, en tu nombre echaré la red”.


A veces, en nuestra experiencia personal, hemos estado haciendo algo con mucho empeño, pero lamentablemente no hemos conseguido los resultados deseados. Aunado a esto, sentimos una inquietud, una sensación interna de intranquilidad.  Entonces, cuando nos sintonizamos con ella, nos damos cuanta que debemos hacer las cosas de otra manera. Un susurro interno que nos marca un camino diferente. Es la voz de Dios hablándonos en nuestro ser interior. 


Lo que pasa es que obstinadamente nos empeñamos en hacer o decir las cosas a nuestra manera, aún sintiendo fuertemente, con gran insistencia, ese sentido interior de cambiar de dirección. La vida cristiana consiste en esa relación con Dios que nos va capacitando día a día para aprender a conducirnos de acuerdo a sus principios. Todos los seres humanos llevan escrita en su ser interior la ley del bien; por esa sencilla razón cada ser humano reconoce y puede discernir el bien del mal. Pero, cuando venimos a Jesús ese sentido se ve agudizado.


Antes de que Jesús le diera a Pedro instrucciones precisas, le pide entrar a su barca, entra y se sienta allí. Así pasa en la vida de cada uno de nosotros, llega el día en que Dios toca a la puerta de nuestro corazón y nos pide entrar en él. Si tú abres la puerta, si dejas que Jesús venga a ser parte de tu vida, entonces El viene, entra y se sienta contigo. Como lo dice Apocalipsis 3:20 “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. 


Dios quiere relación con su obra maestra. Cuando hablamos de la vida cristiana estamos muy lejos de hablar de religión, como muchos lo creen así. Estamos hablando es de relación, de ese camino de dos vías, de amistad. Jesús se acercó a la vida de Pedro, le llamó amablemente, incluso le pidió un favor. Pedro se abrió al Maestro, le concedió lo que pedía y le escuchó atentamente. A través de su charla, Pedro reconoció quien era Jesús, se dio cuenta de su mensaje. Entonces, cuando Jesús se metió en su vida, cuando le dio instrucciones precisas y simples de lo que debía hacer, Pedro le explicó que su trabajo había sido infructuoso; pero, entonces abrió su corazón a la fe y le dijo que en su nombre lanzaría la red.


Como pescador, Pedro estaría acostumbrado a esas decepciones, como la de aquel día, cuando pasaron toda la noche trabajando y no lograron nada. Entonces, se dio una oportunidad a sí mismo, le dio una oportunidad a Dios de obrar en su vida. Dejó su orgullo a un lado y decidió hacerlo en el nombre de aquel hombre que le acababa de hablar a la multitud, quizá de una manera que nunca antes había escuchado.


Cuando escuchamos el mensaje de la cruz, cuando nos dicen que Jesús murió por nosotros, cuando alguien se nos acerca diciéndonos que Dios nos ama, es un lenguaje que muchos nunca antes habían escuchado. Entonces, ¿por qué no nos damos esa oportunidad? Así como lo hizo Pedro, y nos abrimos a esa voz que nos está llamando a hacer las cosas de manera diferente. A cambiar de rumbo. A cambiar nuestra manera de pedirle a Dios. A pedirle que nos indique El, que nos abra las puertas El.


Pedro no fue decepcionado, así como puedo decirte que no he sido decepcionada en mi vida cuando he escuchado ese llamado y me he entregado a hacer las cosas a la manera de Dios. La red de Pedro casi se rompía, su barca y la de sus amigos casi se hundían debido a la numerosa pesca. Cuando Dios nos bendice, nos bendice con abundancia. Jesús lo dijo en Juan 10:10 “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”.


No se cuál pueda ser el obstáculo con el que te has estado tropezando. No sé cuál pueda ser esa puerta que está cerrada en tu vida, por la cual tu quieres pasar. No sé si tienes alguna red rota y todos tus esfuerzos se van por ese agujero. No sé cuál pueda ser la circunstancia que parece imposible, o la persona que ha endurecido su corazón para contigo. Lo que se es que si hoy decides estar en amistad con Dios, si lo haces el Señor de tu vida y comienzas a caminar con El; si atentamente, escuchas su voz y sigues su guía, entonces ese obstáculo será removido, esa u otra puerta se abrirá, la red se llenará, las circunstancias cambiarán, esa persona abrirá su corazón. O sencillamente, Dios te cambiará a ti y te hará entender cuál es camino por el cual debes andar. El fijará sus ojos sobre ti.


¡Atrévete a abrir tu corazón a la fe!


Rosalía Moros de Borregales.

rosymoros@gmail.com

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