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EL LLANTO SE CONVERTIRÁ EN GOZO

En algún momento de nuestras vidas todos enfrentamos el dolor y la inmensa soledad que produce la pérdida de un ser querido. También en algún otro momento sentimos el dolor de otros y nos lamentamos por ellos. Como bien dijo el poeta Andrés Eloy Blanco: “Cuando se tiene un hijo, se tienen todos los hijos de la tierra, los millones de hijos con que las tierras lloran”.
Crecí en un país, en esta Venezuela, el país de mis padres y de mis abuelos. Un país donde todos éramos tan solo venezolanos, tanto el muchachito de la cara sucia por el raspao como el muchachito de la cara sucia por el helado. Pero ahora vivimos en un país donde abunda la maldad, donde los valores y principios cristianos sencillamente no están, ni en la mente, ni mucho menos en los corazones de la mayoría. Las palabras del poeta quedan solo para unos cuantos, unos pocos que si sienten que “cuando se tiene un hijo se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera”. Que “cuando se tiene un hijo, se tiene al mundo adentro y el corazón afuera”…       
Qué tristeza ver como la cosecha de odios ha sido tan abundante…Cuánta tristeza embarga nuestras almas cuando vemos, oímos y sentimos el odio expresado a su máxima potencia por aquellos que tienen el poder para acaparar los medios de comunicación y a través de ellos lanzarnos su veneno. Lo trascendente es saber que esas miserias humanas solo pueden emanar de un corazón lleno de toda suerte de bajezas. Recuerden: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El buen hombre del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el hombre malo, del mal tesoro saca cosas malas”. (San Mateo 12:35) Lo trascendente es levantar nuestras cabezas en alto, es no devolver el insulto insolente, es no rebajar nuestro corazón a las mismas bajezas, es no convertirnos en la misma miseria humana.
Un pasaje bíblico cuenta sobre la tristeza de Marta y María. Ellas habían perdido a su hermano y Jesús no estaba allí para el momento de la muerte. Días más tarde cuando ellas vieron a Jesús llegar le dijeron: “Maestro, si hubieras estado aquí, nuestro hermano no habría muerto”. (San Juan 11:21). Sus almas sufrían de la soledad que causa la pérdida. Mas adelante, un versículo muy corto dice que Jesús fue a la tumba de Lázaro, y allí ante la tumba: “Jesús lloró”. (San Juan 11:35). Lloró porque  entiende nuestro dolor, porque entiende nuestra tristeza.
Sin embargo, Dios no nos promete que estaremos libres de dolor. El les dijo a sus discípulos: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo”. (San Juan 16:33). Las lágrimas, inexorablemente, correrán por nuestras mejillas, pero aquellos que han creído, del fondo de sus corazones sentirán brotar una paz que sobrepasa todo entendimiento humano, la cual se convertirá en fortaleza para sus vidas.
Es en Dios donde encuentran consuelo nuestros corazones, él es quien llena todo vacío de nuestro ser interior, porque nuestras almas nunca estarán satisfechas hasta que humildemente lleguemos a su presencia, arrepentidos, reconociendo su grandeza, nuestra insuficiencia, su poder, nuestra debilidad.
La fama y el dinero pueden darnos cierta alegría, una alegría tan pasajera que se evaporará en un instante, cuando la tierra gire, y el dolor del otro me toque, ahora, a mi.
El dinero puede comprar mucho, casi todo, hasta voluntades humanas, pero nunca alcanzará para comprar la paz que solo viene del corazón de Dios para aquellos que le reconocen y le aman. Para ésos es la promesa: “…y cambiaré su llanto en gozo, y los consolaré y los alegraré de todo su dolor”. (Jeremías 31:13)


Rosalía Moros de Borregales

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