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El temor contra el miedo


En un país en el que cada día nuestra libertad se encuentra más amenazada, en el cual los hombres perversos están libres y ejercen un poder nunca antes visto en nuestra sociedad; en un país en el que los ciudadanos vivimos tras las rejas y los malhechores actúan prácticamente sin ningún freno; en un país en el que los delincuentes poseen más armas que los cuerpos policiales, y desde las esferas más altas del Gobierno pareciera existir toda una estrategia para mantenernos viviendo con miedo es necesario que nosotros, los ciudadanos comunes, entendamos que no podemos, que no debemos permitir que nuestras vidas sean truncadas no solo por la mano del hombre malo, sino por los efectos perniciosos que el miedo logra en nuestras vidas.

Cuando vivimos con miedo nuestro ser interior experimenta una angustia que perturba nuestros pensamientos y acciones. Nos encontramos librando una batalla constante que muchas veces nos hace sentir exhaustos, experimentando un cansancio que va dejando de superarse con el sueño y el descanso, que va pasando de ser una condición temporal para convertirse en un estado permanente de nuestro ser que  afecta nuestra salud física y emocional. Todos los mecanismos de defensa de nuestro organismo, diseñados por la sabiduría divina para protegernos y defendernos bajo amenaza se van volviendo permanentes y poco a poco van menguando nuestra salud y nuestra felicidad.

¿Qué podemos hacer entonces, para que el miedo no sea un  habitante de nuestro ser?

Al contrario del miedo que nos enferma y paraliza, el temor nos ayuda a prevenir el mal. Según el diccionario de la Real Academia Española, el temor es definido como: "Una pasión del ánimo que hace huir o rehusar aquello que se considera dañoso, arriesgado o peligroso". Sentimos miedo cuando nos encontramos bajo amenaza, cuando el peligro nos acecha, cuando el enemigo de nuestras vidas tiene sus manos puestas sobre nuestras cabezas. En cambio, sentimos temor cuando el discernimiento con el que hemos sido dotados nos hace advertir lo malo y lo deshonesto, y nos da la capacidad para rehusarlo y elegir otro camino.

¡No es una tarea fácil! Como todas las cosas trascendentes e importantes de la vida, requiere nuestra férrea voluntad y un trabajo constante. Pero más allá de cultivar ese temor, ese ser prevenidos, ese anticiparnos a los eventos y circunstancias, debemos cultivar el "temor a Dios".  Es algo así como encontrarnos cubiertos por una inmensa oscuridad y decidir caminar hacia Dios, para sorprendernos iluminados por su luz plena y bendecidos por su amor. Cuando tenemos temor de Dios, tenemos temor a caminar lejos de su presencia y protección; tenemos temor de vivir equivocados porque reconocemos de El la rectitud e integridad. Cuando tenemos temor de Dios nuestro corazón se inclina hacia la bondad y aborrece el mal, la soberbia y la arrogancia.

Son innumerables las citas en las Sagradas Escrituras que hablan acerca de ese "temor" maravilloso a Dios, el cual en mi humilde opinión, no es más que una manifestación de ese amor profundo por El, que nos hace anhelarle y querer vivir según sus preceptos. El libro de Proverbios en el (1:7) dice "El principio de la sabiduría es el temor de Dios". En el (16:6) "... Con el temor de Dios los hombres se apartan del mal". En el (2:1-5) "Hijo mío, si recibieres mis palabras... entonces entenderás el temor de Dios, y hallarás su conocimiento". En el Salmo (25:14)  "La comunión íntima del Señor es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto". Todas son palabras de Dios, pero la que más ama mi alma y es un reto a mi fe es esta:

"El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen y los defiende". Salmo 34:7

ROSALÍA MOROS DE BORREGALES |  EL UNIVERSAL

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