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Y TOMÓ DEL AGUA VIVA



Ella no dudó ni por un instante, ella sabía en lo más profundo de su corazón que las promesas del libro se cumplirían algún día; ella guardaba en secreto la esperanza de su salvación; ella sabía que su Salvador llegaría, que un día todo su desierto se convertiría en un manantial de aguas frescas. Entonces, apenas Jesús de Nazaret terminó de pronunciar sus palabras: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed;  mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Ella le respondió sin vacilar: “Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla”.

Jesús la miró con la compasión de Dios, se agradó de su petición y  le mostró cuánto sabía de su vida y de sus sufrimientos, le mostró cuán importante era ella para él. Entonces, le dijo: “Ve, llama a tu marido, y ven acá”. Ella sintió vergüenza, bajó su cabeza y le respondió: “No tengo marido”. Entonces,  Jesús le dijo: “Bien has dicho: No tengo marido;  porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad.” A medida que El hablaba, su corazón saltaba dentro de su pecho. Si, ella estaba nerviosa, un encuentro como este era demasiado extraño, pero al mismo tiempo, demasiado especial. A medida que El le revelaba la verdad de su vida, en su corazón, su vergüenza iba paulatinamente convirtiéndose en fe: _ Si El sabe mi vida, El puede ayudarme. _  Y con determinación pensó: _ Sí, yo quiero tomar de esa agua viva. _

Pero la fe tiene sus luchas, en un momento tenemos la certeza de lo que esperamos, la convicción de lo que no vemos, y al siguiente, la duda nos asalta y nos arrebata la esperanza.  Entonces, confundida en sus pensamientos, librando la batalla de su mente, le dijo como afirmando, como preguntando: “Señor, me parece que tú eres profeta”. Y a continuación comenzó a indagar acerca del verdadero lugar de adoración a Dios. Mientras Jesús la observaba atentamente, y ella sentía que a través de sus ojos El descubría su alma.  Para calmar su corazón agitado, El pacientemente le explicó acerca de la hora que llegaría, en la cual ni en ese lugar, ni en Jerusalén se adoraría, y del tiempo que ya había llegado: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.

Pocas veces Jesús se había dedicado a revelar individualmente la verdad de Dios. Los discípulos se extrañaron mucho al encontrarlo hablando con ella. Realmente era muy afortunada, había sido elegida para mostrar que aunque la salvación viene de los judíos, es para todos los que “adoren a Dios en espíritu y en verdad”. Después de todas estas palabras casi estaba segura, y para confirmar lo que creía en su corazón le preguntó: “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas”. Y como El conocía su corazón, así como conoce el nuestro, con toda la bondad de su ser le reveló su identidad: “Yo soy, el que habla contigo”. Juan 1:1-39.
En ese instante, los ojos de su corazón fueron abiertos y la luz de Dios la iluminó. Todas las dudas se disiparon, también la angustia fue sustituida por la paz que inundó todo su ser. Su corazón se llenó como una fuente y dejando su cántaro se fue a la ciudad y a todos los que se encontraba en su camino les contaba lo que le había sucedido.

Creo firmemente que de una u otra forma Dios se nos revela a todos. Creo que El prepara un tiempo en el que se nos muestra y nos llama con todo su amor. ¡No dejemos pasar ese encuentro!


Rosalía Moros de Borregales
@RosalíaMorosB

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