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Si tan solo tocare su manto

Otro día más, su cuerpo sintiéndose cada vez más débil, su corazón animado por las buenas nuevas que había escuchado entre sus parientes y amigos. Ese Jesús de Nazaret estaba por allí cerca, todos le habían contado que era un hombre lleno de bondad; que caminaba entre la multitud que le seguía, hablándoles sobre el reino de los cielos. Palabras nuevas para todos ellos, difíciles de entender con la mente pero que de una manera inexplicable les hacían sentir cerca de Dios. 
Otro día más, ya habían pasado doce años desde que su cuerpo comenzó a padecer aquel terrible mal que le dejaba con menos fuerzas a cada instante. Pero ella era de esa clase de mujer que no se amilana fácilmente. Ella sabía en el fondo de su corazón que algún día Dios tendría misericordia de ella. Ella lo amaba desde que era una niña; ella no olvidaba ninguno de sus beneficios; ella sabía que de una u otra manera su salvación llegaría. Así que buscaba sin cesar, aferrándose a la vida. Había visitado todos los médicos de su tierra y de todos los pueblos y ciudades 
Adyacentes. Allá, donde le decían que había medicina para su enfermedad, allá iba, siempre con la esperanza en su ser de que encontraría la sanidad para el flujo de sangre que padecía. 

Otro día más, esa mañana se levantó no solo con esperanza, sino con una gran emoción que palpitaba en su corazón. Su pueblo había esperado por años la promesa de un Mesías, aquel que vendría a sanar a los enfermos y a vendar el corazón de los quebrantados. Una convicción muy poderosa se apropió de su corazón, este hombre de quien todos hablaban era aquel de quien había escuchado desde niña. Ella era precisamente una de esas personas que necesitaba de su redención; su cuerpo estaba enfermo y su corazón quebrantado. Recordaba las palabras del Salmista: "Él es quien perdona todos mis pecados, quien sana mis dolencias, quien rescata del hoyo mi vida y quien me corona de favores y misericordias". Al recordar estas palabras su corazón brincó dentro de ella, y de repente un pensamiento llenó su mente: - Si tan solo lograra acercarme a Él, si tan solo tocara el borde de su manto recibiría sanidad. 

Sin dudar, ni por un instante, con sus desgastadas fuerzas, se fue a buscar a Jesús. Caminaba muy lentamente, y la multitud la lanzaba de un lugar a otro porque su frágil cuerpo no podía oponer resistencia; pero aunque su cuerpo estaba desgastado, su alma era cada vez más fuerte. Esta fuerza de su alma, que se había alimentado de las palabras del libro, la impulsaba a seguir caminando, mientras en su corazón hacía oración a Dios, rogándole que le permitiera llegar cerca de este Jesús y tan solo tocar el borde de su manto. 

De repente, como propulsada por una fuerza desconocida y al mismo tiempo indescriptible, se encontró cerca de Él, y sutil pero firmemente tocó su manto. Al instante sintió que algo recorría todo su cuerpo y tuvo la certeza absoluta de que estaba sana. Se quedó allí, como paralizada, viviendo ese momento de bendición que había estado buscando durante tantos años, sintiendo una paz muy profunda que inundaba todo su ser. Entonces, la voz del Señor preguntando la hizo temblar: - Quién me ha tocado. Mientras los discípulos y la multitud murmuraban, reprochándole. Pero ella sabía que se trataba de ella; ella sabía que ese poder que Él declaraba que había salido de Él, era el poder que había restaurado su cuerpo. Entonces, con la humildad de un corazón agradecido vino delante de Él y postrándose le dijo: - Yo he sido, Señor-, mientras le declaraba todo lo que había sufrido con aquel flujo de sangre por doce años. Entonces el Señor le dijo: - Hija, tu fe te ha salvado, ve en paz. 

Hoy, tanto como en aquel momento en que transcurrió esta historia, el poder de Dios está disponible para todos aquellos que con fe en sus corazones se acerquen a Él, creyendo, con la convicción de que Él es galardonador de los que le buscan. Es mi esperanza y mi deseo que cada uno se acerque confiadamente como esta mujer, y que todos podamos recibir de su corazón sanidad para nuestros cuerpos y nuestras almas. 

Rosalía Moros de Borregales.

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