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Lo que hay en el corazón determina lo que somos




Indudablemente que el corazón, hablando en términos físicos, es el motor de nuestro cuerpo; si él está en buenas condiciones nos sentimos saludables, si deja de latir, todo nuestro cuerpo dejará de funcionar. De la misma manera es nuestro corazón, hablando en términos espirituales, ese centro de nuestro ser en donde residen nuestras emociones, nuestros sentimientos, pensamientos e intelecto. Del corazón depende nuestra vida, lo que somos, lo que hablamos y cómo obramos.
Es en el corazón del hombre donde nacen y crecen los sentimientos que nos unen a los seres que nos rodean. 

Es el corazón la fábrica de nuestros sueños, donde se han originado las grandes ideas que han traído grandes beneficios a la humanidad. De la misma manera, es también el “lugar” de donde han surgido los grandes males que ha vivido la humanidad. El corazón de algunos hombres ha sido la fábrica de odios que se ha traducido en millones de muertes en el mundo entero. Cuando Jesús enseñaba a sus discípulos les hablaba acerca de cómo reconocer a las personas por los frutos que dan en sus vidas: “Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo”. Lucas 6:43-45.

Es en el corazón donde se originan las palabras pronunciadas por nuestras bocas. Las palabras son solo la traducción de lo que en esencia hay allí. Cuando abrimos una botella de vino esperamos degustar el sabor de la uva, porque es esa la esencia de lo que reside en la botella. Por eso no es difícil discernir lo que hay en el corazón de alguien. Cuando una persona habla, de la abundancia de su corazón fluyen las palabras. Ellas reflejan lo que hay en el corazón. Aún cuando una persona haga uso de palabras “bonitas” para expresarse, es fácil descubrir lo que está más allá de las palabras.

Recuerden que cuando las palabras no coinciden con el testimonio de vida carecen de sentido, pierden toda su efectividad; porque son los hechos los que hablan más fuerte que todas las palabras, y al mismo tiempo los que hacen que las palabras cobren vida. Como bien lo expresa el evangelio: “Lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios y las blasfemias”.  Mateo 15:18.

Más aún, la mayoría de las veces, no es necesario hacer uso excesivo de las palabras para dar a conocer lo que hay en nuestros corazones. Sencillamente la manera como obramos mostrará nuestro tesoro. No puede quien tiene un corazón lleno de odios expresar amor, por tan solo el uso de las palabras adecuadas. Estas palabras serán huecas, como címbalos que retiñen, incapaces de expresar una melodía armoniosa.  
     
Estamos viviendo momentos históricos en los cuales es absolutamente necesario que agudicemos nuestro discernimiento para tomar decisiones. Hemos tenido suficiente para evaluar lo que hay en el corazón de los líderes que aspiran guiar el futuro de nuestra patria. Busquemos los consejos de la infinita sabiduría de Dios, para juzgar justamente.

“No nos sentemos a comer el pan con el hombre avaro, porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él. Come y bebe, nos dirá, pero su corazón no está con nosotros.” Proverbios 23: 6-7
¡Juzguemos!

Rosalía Moros de Borregales

        
        
         

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