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EL VALOR DE LA VIDA



Me siento conmovida dentro de mi, me llora el corazón de madre, de hermana y amiga. Nuestro país se ha convertido en un campo de batalla en donde se libra una guerra silenciosa, una guerra no declarada, una guerra sin motivos aparentes, en la que el enemigo se mueve a sus anchas sin ninguna restricción, si ningún contra-ataque de la defensa. Un lugar en el cual cada día a más y más venezolanos se les quita la vida con un ensañamiento brutal, como si no tuviera ningún valor ni para el enemigo, ni para los que tienen el deber de defender a todos los ciudadanos.
Tenemos una sociedad enferma hasta los tuétanos. Los índices de muertes violentas en nuestro país no son más que la expresión de un pueblo al que se le negó el derecho al saber y se le cambiaron los libros por armas. Se les negó el derecho a la salud física y mental y se les envenenó el pensamiento con el odio más férreo; como si por un acto de cirugía se les hubiera extirpado el corazón y se les hubiera extraído toda la bondad. 
Continúan maquillando el horrible rostro de un gobierno cruel que abandona a sus ciudadanos; que los entrega indefensos ante los monstruos que ha formado con su mensaje de pelea y muerte; que ha despreciado sus vidas con la más vergonzosa indiferencia. Un gobierno que equivocadamente ha gastado millones y aún continúa desperdiciando nuestro dinero para comprar armas para la única guerra que enfrenta en su propia casa y en la que mata a sus propios hermanos.
Pueden alegrarse, cantar, y hasta acudir a Dios para interceder por una vida que les ha negado a los hijos de su propia patria el derecho más fundamental de todo ser humano. Pueden continuar guardando su basura bajo la elegante alfombra de colores vivos pretendiendo que no pasa nasa, pero en las calles de nuestro país la sangre ha perdido su rojo rutilante para convertirse en un morado opaco y sombrío; para convertir las dulces y esperanzadas almas de las madres en un desierto desolado y triste que llora y gime.
Dios no le pertenece a nadie, no es exclusivo de ninguna religión. Todos tienen la libertad de venir a El cuando quieran y hacer sus peticiones; pero no pensemos que un poco de oración pública puede limpiar un alma que no se ha arrepentido. La relación con Dios es personal, no es un encuentro a través de otros; es un cara a cara; es una rendición total de nuestro ser a la voluntad suprema. Ciertamente, Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de Su voluntad, pero solo un corazón contrito y humillado puede llegar hasta El.
Cuándo vendremos delante de Dios para clamar al unísono por una nación que pierde a sus hijos; por una patria enferma en la que los hermanos se odian; en la que el don más sublime dado al hombre, la vida, se desvanece en las manos del violento. Cuándo entenderemos que al único que debemos rendir adoración es al Dios autor y dador de la vida. Hasta cuándo seguiremos levantando ídolos, como los israelitas en medio del desierto. Hasta cuándo seguiremos idolatrando hombres en un culto frenético a la personalidad.
Por nuestra parte, seguiremos clamando a Dios por nuestra nación, seguiremos levantando nuestra voz ante la injusticia, seguiremos declarando verdades y proclamando la vida. Seguiremos llorando la muerte de cada venezolano, seguiremos abrazando a sus seres queridos.
Para nosotros la vida no tiene precio que pueda ser pagado; para nosotros la sangre que tenía que ser derramada ya fue entregada en la cruz del Calvario. Para nosotros que estimamos la vida de cada uno como la propia, proclamamos nuevamente sobre nuestra nación la bendición de Dios sobre todos y pedimos VIDA!!!
“En el camino de la justicia está la vida; Y en sus caminos no hay muerte”.
Proverbios 12:28.

Rosalía Moros de Borregales

@RosaliaMorosB

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