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UNA MISMA OPORTUNIDAD, DOS ACTITUDES DIFERENTES


Tres hombres colgados en tres cruces. Tres hombres sentenciados a muerte. Dos hombres culpables, uno inocente. Tres corazones que cuelgan de tres maderos; uno de ellos destaca entre los tres, la multitud alrededor sabe que la cruz no es el lugar que le corresponde. La autoridad que ordena la crucifixión lo sabe mejor que todos ellos. Lo ha interpelado y está absolutamente seguro de que no hay culpa en él, ha tratado de persuadir a la multitud, cuyo odio exacerbado, se ha desbordado por la influencia de los religiosos. Sus esfuerzos son infructuosos, su coraje demasiado limitado. Se entrega a la petición de la irracional masa humana y le da la espalda.
En el centro, el hombre inocente, a su derecha un criminal, a su izquierda otro con características similares. Los tres condenados a una pena barbárica: ¡La muerte en la cruz! Los tres tiemblan de  miedo, la exposición al dolor físico siempre causa un terrible temor. Los soldados alrededor profieren toda clase de insultos y añaden a su dolor más maltratos. En sus mentes muchos pensamientos se agolpan, la soledad los abraza, la tristeza les besa en la frente, la angustia les llena el alma.
Los dos criminales han sabido, ha sus oídos han llegado las historias del hombre que está en medio de ellos. Saben de su discurso sabio y amoroso; han escuchado las historias de los cojos que andan, de los ciegos que ven, de los endemoniados que han sido liberados, de la mujer cuyo flujo de sangre se detuvo con tan solo tocarle; de la niña muerta que resucitó, del hermano de María y Marta que salió de su tumba caminando. Ellos dos saben claramente quién es este hombre, saben que su reputación no puede compararse con la de ellos.
El de la izquierda es un hombre sin fe, sin esperanzas. Un alma totalmente dominada por el odio y el resentimiento. Una sonrisa irónica se dibuja en su rostro al ver que al clamor de la sed del hombre inocente le dan a beber vinagre. Una expresión de amargura en el rostro, una mirada dura, un corazón de piedra que reclama, que se une a las voces injuriosas del pueblo y de los soldados; que le insta a salvarse a sí mismo y también a él y a su compañero.
El de la derecha es un alma arrepentida, un hombre que ve en su último momento la esperanza renacida. Una mirada de compasión, un corazón contristado por el dolor, una voz que reprende a su compañero, que trata de hacerle entender lo que él ya ha comprendido. Una voz que defiende al que injustamente padece los mismos sufrimientos que ellos. Un hombre impulsado por el coraje de la fe que se aferra a la suprema bondad: _“Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”_. ¡Un hombre que arrebató el paraíso!
Dos hombres con una misma oportunidad, dos actitudes diferentes.

Rosalía Moros de Borregales


rosymoros gmail.com

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