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EL PERFIL DEL MAL

Hay cosas en el mundo que aunque se maquillen de festivos colores tienen una esencia perversa; es decir, lo permanente e invariable en ellas es el mal. Hay personas que expresan una multiplicidad de buenas razones, buenos pensamientos y buenos sentimientos, pero la verdad es que la motivación que subyace en su interior es egoísta y mezquina. Personas que hablan de paz pero en sus corazones hay guerra, tal cual hemos visto con perplejidad en los últimos días.
Al meditar en todos estos hechos de los cuales el mundo entero ha sido testigo, al ver pueblos que reaccionan ante dictadores que los han oprimido durante décadas, sometiéndoles al hambre, a la pobreza, a la muerte y a limitaciones de sus derechos humanos en todas las esferas de la vida. Al pensar en las guerras absurdas que duran años y años, y al final solo cosechan destrucción, enfermedad y muerte, he recordado un pasaje en el libro de Proverbios (6: 16-19) que dibuja claramente un perfil de lo que hay en el hombre que es abominable a los ojos de Dios.
Seis cosas se enumeran en este pasaje que muy bien podrían convertirse en un medidor para juzgar el mal. Comienza con  “los ojos altivos”, la arrogancia del que mira sin ver, del que tiene demasiada estimación por sí mismo, al punto de creerse insustituible; esos que se consideran como “dioses”.  Le sigue la sazón de “la lengua mentirosa”, la lengua que guarda debajo de sus canciones, poesías, halagos y promesas, la falsedad; la lengua que no reconoce la soberbia de los ojos altivos y los viste con un elegante traje de justificaciones; la que no para de hablar porque en la multitud de las palabras el pensamiento va maquinando la mentira.
Luego, se hace más violento al nombrar a “las manos que derraman sangre inocente”; manos que tiñen de rojo la historia de los sencillos y humildes que viven sus vidas anhelando sus sueños. Manos que bombardean pueblos enteros que lloran sus penas, manos que no enjugan lágrimas de dolor, ni tampoco hacen el esfuerzo por ejercer el control de “los pies que corren presurosos al mal”, que estiman la vida como nada a cambio de un par de zapatos, o los consideran bajas necesarias.
Más adelante menciona al “corazón que maquina pensamientos inicuos”, el corazón  con pensamientos de maldad, sin justicia. Porque el que hace lo malo, primero se sienta a planificar su estrategia, no improvisa en el mal, lo estudia, lo prueba y lo fortalece con la práctica. Y en esta estrategia del mal cuentan siempre con el “testigo falso, que dice mentiras”, aquellos de doble ánimo dispuestos a jurar un día para que la mentira se convierta en algo creíble, y al día siguiente ellos mismos la crean como verdad.
Y para cerrar este perfil, concluye el proverbio con lo peor del mal “el que siembra discordia entre hermanos”, el que no respeta los vínculos más sagrados de la sangre  y de la tierra sino que usa su verbo para sembrar la semilla del odio entre hermanos, y cuando la cosecha se siente orgulloso de su logro. Después de todo, él es casi un  “dios”, indispensable, sin sustitución; al que la historia enaltecerá a pesar de haberle clavado una daga al corazón de la madre que llora por sus hijos separados.
Muchas veces la gente espera de nosotros y juzga como algo bueno el hecho de que  callemos. Muchos deciden callar porque es más cómodo no involucrarse, no asumir una posición, ni siquiera ante los círculos de influencia más cercanos a su vida. Otros se conforman con decir que no son políticos y esperan que unos pocos hagan el trabajo que nos corresponde a todos.
“Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala, es el silencio de la gente buena”.
Mahatma Ghandi.

Rosalía Moros de Borregales

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